Testigo de nuestra historia, en lo alto de Cerro Alegre, entre el faro Panul y Cerro Centinela, el Cementerio Parroquial de San Antonio fue el único de la comuna hasta que a fines de la década de 1990 se habilitaron dos camposantos privados en lo alto de los populosos barrios de Bellavista y Llolleo.
Es el más antiguo y grande de la comuna. Los terrenos fueron donados a la iglesia por José Plaza, quien fue el primer alcalde de San Antonio entre 1894 y 1897 y luego regidor hasta su muerte en 1918. Plaza, hombre muy católico, fue dueño de muchas propiedades en la zona.
Ya era cuestión de salubridad. El cementerio en la entonces naciente comuna permitió que los difuntos dejaran de ser enterrados en patios de casas. En esos días sólo los vecinos con más recursos podían costear funerales en el distante cementerio Lo Abarca.
No es clara la fecha exacta del inicio oficial de funciones del camposanto, probablemente alrededor de la década de 1890. La primera sepultura se vendió en 1902. Se registra servicio ininterrumpido desde 1919.
En el Cementerio Parroquial de San Antonio descansan más de 35 mil difuntos. Un sesenta por ciento bajo tierra. El resto corresponde a nichos.
Los cementerios son parte del patrimonio cultural de una ciudad. El camposanto sanantonino es un lugar impregnado de historia y anécdotas. Un auténtico museo al aire libre. Hay mucho por descubrir. Variadas sepulturas presentan interés arquitectónico, cultural o histórico. Destacan hitos como el monumento al Cristo, mausoleos como el de Bomberos, antiguas tumbas familiares con personajes históricos locales y veteranos de la Guerra del Pacífico. Nombrarlos a todos ellos sería imposible. La tétrica cripta de los hermanitos Kifafi, protagonistas de una conocida leyenda local de vampiros, es también una de las más llamativas.
Puede parecer un lugar lúgubre pero el cementerio tiene una atmósfera única. Allí, entre tumbas, lápidas y algunas esculturas, hay un viaje en el tiempo. Un recorrido por la historia de San Antonio.